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El amor sin Camila

  • Foto del escritor: Adriana Delgado Ruiz
    Adriana Delgado Ruiz
  • 11 dic 2017
  • 3 Min. de lectura


7 Enero, 2014.- “Uno debe aprender a vivir con sus mutilaciones. Sí, con las mutilaciones del alma. Sobrevivir con ellas, y vivir con la realidad de la muerte”. Estas son las palabras que Javier Sicilia le dijo a Gabriel Bauducco en la charla que tuvo con el poeta para el programa “La Pura Verdad”, de Azteca Opinión.

Recuerdo esta afirmación como una punzada que laceró una parte de mi ser al intentar tomar conciencia de ella.

Lo decía un hombre que asumía el dolor de la pérdida de su hijo como la mutilación del alma, como la extirpación de una parte de su ser. La ausencia del ser querido como el camino empedrado, sinuoso, para sobrevivir a ella y seguir andando.

Hay mutilaciones que la vida no las presenta como destino; hay otras, en cambio, que nos las auto imponemos. Unas que son necesarias y otras que cada día nos hacemos por falta de compasión hacia nosotros mismos y a los demás.

Nuestra esencia que reacciona al odio, la amargura, al egoísmo y a la indiferencia. Las mutilaciones que, como si se trataran de certeras zarpadas, le damos a nuestro corazón, hasta que éste se vuelve débil y muere día a día y nos quita el oxígeno del amor. Camila vino a mí a darme vida. Se metió en mi alma y clausuró el pasado. En un despojo del presente, me acarició el alma y alquiló sin caducidad mis anhelos.

Cada noche esperaba un regreso; me enseñaba que, sin hablar, hay espacios que se llenan. Sus noches eran como un jardín donde el reposo se convertía en esperanza. Sus ojos, negros como el abismo -pero a la vez luminosos como las estrellas- explicaban con profundidad la serenidad de ser feliz... aún muriendo.


Sus gráciles movimientos parecían romper el viento con elegancia. Hay ausencias que te eligen, y otras que no interesan. Cami sabía que necesitaba conocer mi vulnerabilidad para darme vida. Ese hilo frágil de nuestros miedos donde se confronta esta realidad confusa por defender nuestros fantasmas.

Un día antes de su adiós, su presencia se imponía, como si quisiera prepararme. Julia y yo reíamos de la vida, las estrellas, el futuro, sin saber que el presente alcanzaría lo inevitable.


Una mañana fría de 24 de diciembre se fue, sin voltear a verme. Siguió su paso para llevarse detrás de ella mi sonrisa, y no pudiera ver mi desconsuelo.


Hoy, Gorda y yo lloramos, buscamos en cada rincón de la casa su espíritu. Ella nos mira y nos hace sentir su consuelo. Ella “está”, porque no se ama en presentes, se ama al sentir la felicidad de haber estado.


Me enseñaste tantas cosas, Cami. Fuiste, eres y serás mi gran maestra. Desde aquel octubre 2011 que con tu patita me llevaste a descubrir un amor desconocido para mí, pero lleno de sensibilidad y humanidad. Te amé sin por qués, ni cómos ni cuándos. Te amé en el despojo total de mis corazas.

Solo te digo gracias.


Estas lágrimas son la fuente de mi reconciliación conmigo misma. Ya no hay soledad, solo hay paz.

Mario Benedetti

Saberte aquí

Podés querer el alba

cuando quieras

he conservado intacto

tu paisaje

podés querer el alba

cuando ames

venir a reclamarte

como eras

aunque ya no seas vos

aunque mi amor te espere

quemándose en tu azar

y tu sueño sea eso

y mucho más

esta noche otra noche

aquí estarás

y cuando gima el tiempo

giratorio

en esta paz ahora

dirás

quiero esta paz

ahora podés

venir a reclamarte

penetrar en tu noche

de alegre angustia

reconocer tu tibio

corazón sin excusas

los cuadros

las paredes

saberte aquí

he conservado intacto

tu paisaje

pero no sé hasta dónde

está intacto sin vos

podés querer el alba

cuando quieras

venir a reclamarte

como eras

aunque el pasado sea

despiadado

y hostil

aunque contigo traigas

dolor y otros milagros

aunque seas otro rostro

de tu cielo hacia mí.


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