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La lucha: El equilibrio de géneros

  • Adriana Delgado
  • 11 dic 2017
  • 4 Min. de lectura

28 Septiembre, 2012.- Las mujeres que incrementamos el PIB en nuestro país somos aproximadamente el 30 por ciento. Esto significa que hay un 70 por ciento que no genera riqueza, ya sea porque trabaja en la economía informal o porque realiza un trabajo no remunerado en casa. En términos económicos, esta situación está impidiendo que el país genere riqueza necesaria y suficiente porque se están desperdiciando las capacidades de un gran número de mujeres para este fin.


Históricamente, desde el origen de las sociedades, las mujeres han tenido un papel pasivo. Cuando la fuerza física era una condición necesaria para la preservación de la especie, el hombre salía a cazar, al volver entregaba a la mujer el alimento que había conseguido, y ella retribuía este acto mediante la procreación y el cuidado de los hijos. En los tiempos actuales, cuando los trabajos ya no requieren fuerza ni violencia desmedida para tener acceso a los ingresos, el papel de la mujer se ha ido adaptando con el paso de los siglos a los nuevos escenarios. La educación equilibró la lucha de géneros, y en nuestros días, la preparación intelectual y el desarrollo personal permiten a la mujer posicionarse en mejores condiciones laborales y familiares.


En este nuevo panorama, sin embargo, el hecho es que un 70 por ciento de la población femenina no está incrementando el PIB. Las razones de que esto esté ocurriendo son múltiples, pero algunas de las más importantes residen en las políticas públicas, que aún no encuentran la manera de insertar, desde una perspectiva de género, a una parte muy importante de la población. O bien no se han preocupado demasiado por pensar en ello.


A pesar de los avances y transformaciones que se han dado en las últimas décadas para reducir las diferencias de género, estas diferencias aún son importantes.En algunos países ha habido progresos significativos en las leyes de dependencia y las leyes de igualdad, que flexibilizan figuras como los permisos de maternidad o contemplan las excedencias laborales para el cuidado de familiares, pero incluso en esos países se está luchando aun en materia de igualdad en el ámbito laboral, donde siguen imperando los roles tradicionales, y esto se manifiesta en la escasa presencia de mujeres en puestos directivos y en la brecha salarial, cuyos porcentajes están de parte de los hombres. La irrupción de la economía global ha introducido un orden mundial radicalmente nuevo en el que la competencia es un indicador del progreso humano. Pero las reformas del estado no han sido suficientes para estimular a la mujer, de modo que pueda ver como algo atractivo dejar su casa y entrar en competencia.


El ingreso ganado y remunerado genera valor en quien lo trabaja, genera disciplina y responsabilidad de cuidar el espacio donde se labora, da seguridad sobre el desarrollo de una persona; en el caso específico de las mujeres, además refuerza su autoestima y les ofrece más posibilidades de contactos y autonomía. Y la conciencia de estar aportando al PIB genera la exigencia para que nuestros gobernantes y representantes administren y legislen de acuerdo a las necesidades que como país tenemos. ¿Y de qué manera puede el estado contribuir a que la mujer se incorpore a la fuerza productiva de trabajo que tanto necesita el país? Generando los beneficios directamente proporcionales al trabajo realizado, teniendo políticas públicas para eficientar la educación pública, los servicios de salud, las vías de comunicación y, en fin, garantizando a la población en general la retribución exacta de su contribución de trabajo y lucha.


Hay ejemplos de países desarrollados en los que la participación de la mujer como género en la vida laboral es de más del 70 por ciento, y donde las políticas públicas van encaminadas a redistribuir este esfuerzo: cuentan con servicios educativos de primera, servicios de salud inigualables, donde los ciudadanos sienten la confianza del compromiso de formar una familia. Al haber alcanzado este equilibrio de género, donde los dos aportan, se da un fenómeno de reciprocidad de personal: los dos son responsables del compromiso del desarrollo de la familia, y por lo tanto los dos se conciben iguales.


La igualdad de derechos borra las diferencias.


La educación es la base de un país que respete las normas, y el equilibrio es la base de todo desarrollo. Mujeres y hombres generando riqueza para un país que necesita ser redescubierto por una generación dispuesta a la lucha de los valores de respeto y equidad, el respeto a un marco jurídico, que permite y exige la convivencia en esquemas de igualdad y compromiso.


Un país no puede crecer mientras no generemos riqueza todos por igual, pero la participación también debe dirigirse a ser más igualitaria. Las políticas públicas deben ser más distributivas, ir al fondo y no seguir tapando el sol con un dedo, tiene que haber reformas de fondo que vayan encaminadas a lograr eso: calidad de vida en todos los aspectos, económico, social, cultural y moral.


Se ha dicho que la cara de la globalización es un rostro femenino. Las condiciones económicas actuales necesitan de las cualidades específicas de las mujeres, que son en general buenas administradoras, conscientes de la importancia de la seguridad y que, en un mundo en crisis, calculan muy bien el riesgo. En el ámbito particular, por otra parte, son la figura clave en el crecimiento de la familia, aportan sus esfuerzos para matrimonios más estables y comprometidos. Y educan en los valores personales y de su país. El estado debe favorecer el impulso de estas cualidades y facilitar su inserción en las actividades económicas. No hay otro camino, las mujeres debemos asumir un papel más activo, solo así tendremos un país sólido y seguro.

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