Morir en el Intento
- Adriana Delgado Ruiz
- 23 nov 2018
- 2 Min. de lectura
Las mariposas Monarca huyen del frío asesino. Los humanos centroamericanos, de la pobreza extrema y de la violencia homicida. Migraciones y migraciones. Todas necesarias, unas naturales, otras por condición humana. Unas dolorosas y complejas, otras también. En todas, es ir muriendo kilómetro a kilómetro.

A las monarca no les queda otra más que volar. Cuando se reproducen en su hábitat en el norte del continente, de abril a agosto, viven un mes en promedio, pero la generación migratoria tiene una longevidad hasta nueve veces mayor para que pueda completar el ciclo de ida y vuelta. Pero más tiempo de existencia tiene costos muy altos.
Volar de 120 a 160 kilómetros diarios durante 33 días para completar cuatro mil, hasta los bosques de oyameles en Michoacán y el Estado de México, y luego otros tantos de regreso.
Los migrantes centroamericanos no tienen más vida para realizar el viaje, pero tampoco les queda otra, porque sus países se quitan la responsabilidad de darles los satisfactores y oportunidades necesarias. La muerte de dejar sus raíces o la muerte de quedarse. El 64.5 por ciento de los hondureños enfrentan una pobreza despiadada y el flagelo de la violencia de las maras. En El Salvador, el 58 por ciento de los habitantes sobreviven en esa condición, y serían muchos más si no fuera por las remesas que llegan desde Norteamérica, que son uno de los principales soportes de la economía.
En su viaje, las Monarca dependen de encontrar bosques en el camino que estén lo mejor preservados posible, con suficientes árboles, lo que es cada vez más difícil por culpa de los humanos depredadores con su urbanización de terrenos, uso de herbicidas que matan al algodoncillo que es el alimento de las viajeras, y hasta el cambio climático.
En su travesía a la ansiada Tierra prometida, los migrantes llevan la misma fuerza que las mariposas para protegerse: ser muchos y moverse en grupo. Sus depredadores también son humanos: los prejuicios y racismos, las policías y autoridades migratorias, además del crimen organizado que los vuelve víctimas de trata, esclavitud, extorsión y muchas otras penurias.
A los santuarios en México llegan unas 84 millones de mariposas al año. En 2016 ocuparon 4.01 hectáreas de bosque, pero en 2017 sólo alcanzaron a poblar 2.91, o sea 27.43 por ciento menos. Encima, una tormenta en marzo mató a 6.2 millones de ejemplares. Si bien la naturaleza las dotó de muchas defensas para sobrevivir a sus depredadores naturales, y resistencia a pesar de su tamaño, su viaje es cada vez más difícil y doloroso.
Al llegar a la frontera norte de México, en su intento para cruzar a Estados Unidos, los migrantesse encuentran con muros, vallas, patrullas, soldados y políticas cada vez más férreas, que incluyen la amenaza de encarcelamiento, división de familias y hasta abrir fuego contra ellos.
Migraciones y migraciones. Todas complejas, todas dolorosas. Unas naturales, otras evitables con las medidas y la estrategia adecuada. Morir en el intento, debería ser innecesario.