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¿Y la Migración propia, Apá?

No sólo es la migración que cruza de Centroamérica a Estados Unidos. Los mexicanos también migran de una región a otra porque no todas crecen y ofrecen oportunidades suficientes.

El tema es tan relevante que en la Conferencia Nacional de Gobernadores lo tienen en la mira. El planteamiento es que los tres niveles de gobierno se coordinen para impulsar la vocación productiva de cada localidad.

La edición más reciente de la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica que presentó el Inegi en mayo, incluye una lámina muy reveladora que ilustra el éxodo interno. De las personas que vivían en una entidad distinta hace cinco años, Baja California Sur recibió a 5.8 por ciento, Quintana Roo a 5.2, Baja California a 2.8, Querétaro a 2.3 y Aguascalientes a 2.2 por ciento. En contraposición, Guerrero expulsó a 2.8 por ciento de esas personas, la Ciudad de México a 2.7, Chiapas a 2, Veracruz a 1.9 y Sinaloa a 1.5 por ciento.

Comparemos esos datos. De acuerdo con el estudio del think tank México Cómo Vamos, basado en datos oficiales, el año pasado, la economía de Baja California Sur creció un impresionante 14.2 por ciento, Quintana Roo 4.1, y Aguascalientes 4.4. Los otros receptores principales de la migración interna, Baja California y Querétaro, crecieron 2.4 y 1.4 por ciento, respectivamente. Empata, ¿no? En su mayoría, la gente migra en busca de oportunidades y llega a sumarse al esfuerzo del desarrollo. ¿Qué hace falta? La historia y la experiencia responden: inversión y visión de futuro. Un ejemplo claro es Poza Rica, Veracruz, la cuna de la industria petrolera mexicana que en la época del auge de los 70 y 80 era una ciudad pujante y próspera.

Hoy tiene apenas 200 mil habitantes, cuyas escuelas, comercios y otros servicios conviven con pozos petroleros que no generan ya riqueza pero sí contaminación y deterioro.

En otras naciones no fue así. Houston, otra ciudad tradicionalmente petrolera, también volteó hacia actividades afines y hoy tiene industrias de alta tecnología aeroespacial, ecológica y de computación, además de grandes inversiones en investigación médica y servicios de salud conocidos y prestigiados en todo el planeta por su infraestructura y altas especialidades. En Poza Rica, nada de eso sucedió. La riqueza que dieron los hidrocarburos sirvió para la petrolización del presupuesto público y el despilfarro. Hoy, la consecuencia es desolación.

Y hay que decir que en cuanto a crecimiento económico, el de Veracruz, que en 2018 fue de un alentador 2 por ciento, luego de años en que estuvo hundido en crisis severas, no es el caso más alarmante. La economía de Tabasco no sólo no creció, sino que se hizo 6.7 por ciento más pequeña y eso le pasó también a Tlaxcala en 2.3; Campeche, 1.3; y Morelos y Chiapas en 0.5 por ciento.

En efecto, se necesita el esfuerzo de los tres niveles de gobierno y el sector privado para estructurar estrategias de impulso a la vocación productiva de cada localidad en el país. También visión de largo plazo y, claro, certidumbre que es la materia prima para garantizar que fluyan las inversiones. Es buen momento de voltear a ver qué están haciendo quienes lo están haciendo bien.

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