Dueles, Cuba
Mientras las redes sociales muestran a jóvenes vacacionando en París, teniendo aventuras envidiables y un modo de vida aspiracional, hay muchos otros sin siquiera acceso a la tecnología, o si lo tienen es en algún país donde internet es restringido y censurado, o son arrestados por decir libremente lo que piensan.
Unos son hijos de quienes gobiernan o tienen una cuota importante de poder. Otros, son sólo hijos. ¿Quién puede, después de lo que han vivido en el planeta las generaciones más adultas, pedir que los jóvenes no vivan en libertad?
En Cuba, tras 60 años de un régimen con un modelo represivo, los jóvenes quieren elegir realmente a sus autoridades y el rumbo de su país. Hoy no tienen democracia y mucho menos libertad. ¿Es justificable eliminarla en aras de un ideal de antiimperialismo?
Los cubanos denuncian una grave crisis humanitaria y de salud en una nación donde hicieron revoluciones y muchos murieron para que eso no sucediera.
La dimensión real del bloqueo estadounidense quedó de manifiesto cuando el gobierno cubano tuvo que abrir la libre importación de alimentos y medicamentos sin aranceles ni límite de cantidad. El primer problema es el bloqueo cubano a Cuba. La lucha no evolucionó. No generó riqueza, innovación ni certidumbre. En todos estos años, la isla se convirtió en lo contrario a una potencia económica.
En un mundo globalizado es posible competir sin perder la esencia de nación, convirtiéndola en un diferenciador comercial atractivo. Los nacionalismos mal entendidos se convierten inevitablemente en totalitarismos. Los gobiernos se vuelven corruptos. Los sistemas educativos se transforman en adoctrinadores, y los de salud terminan arruinados. Con ideología no se come, no se cura, no se obtiene bienestar.
Sucede en Nicaragua, donde el régimen sandinista mantiene paralizada la economía, y la persecución de opositores es el centro de la política. Pasa en Venezuela, hundida en la pobreza más miserable por el llamado socialismo del siglo XXI, mientras la herencia familiar de Hugo Chávez está calculada en 4,197 millones de dólares. Argentina lleva años ahogada en una crisis de la que no logra reponerse, ocasionada por el peronismo basado en la demagogia, el populismo y una idea distorsionada de justicia social en que no es posible distribuir permanentemente la riqueza si no se genera de la misma forma.
La historia nos da lección tras lección.
El régimen comunista de Pol Pot en Camboya, de 1975 a 1979, mató a dos millones de personas, genocidio que arrasó con un tercio de la población de ese país. Con sus Jemeres Rojos y bajo una apariencia de república popular, ordenó el desalojo de las ciudades y la destrucción de la cultura urbana que consideraba burguesa. Sometió a la población a un control militar feroz; un sistema de centros de trabajos forzados para los disidentes y asesinatos masivos selectivos con la premisa de la “búsqueda del enemigo interno”.
En el polo opuesto, las mismas atrocidades. El régimen ultranacionalista de extrema derecha de Benito Mussolini, en Italia, reunió grupos de supuestos especialistas en salud y educación física que desarrolló un proyecto para clasificar y corregir el cuerpo y la personalidad de millones de niños y jóvenes, con el fin de crear al “italiano nuevo”, compatible con los dictados ideológicos de la tiranía que en el camino arrasó con las vidas de más de un millón de personas.
Y así otros tiranos, como Ceaușescu en Rumania y Sadam Husein en Irak. Las ideologías a ultranza no generan bienestar. La experiencia comprobada es que no hay más fórmula que la libertad. Los países libres son los más prósperos en todo sentido y está comprobado que pueden competir globalmente al mismo tiempo que conservan su propia identidad.
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