El tesoro olvidado y robado
El saqueo de arte es histórico, nos ha dejado sin piezas tan importantes como el Penacho de Moctezuma... delito que no suele ser investigado
El robo y tráfico ilegal de arte en México es toda una industria con ganancias mensuales millonarias, que lleva décadas y décadas saqueando el patrimonio cultural de nuestro país.
Esos delitos no suelen ser investigados de manera expedita por la percepción errónea de que afectan únicamente a las personas con recursos, cuando en realidad se trata de una parte fundamental de la identidad nacional. El mercado negro se da internacionalmente con el contubernio autoridades y aseguradoras con mafias que aumentan así sus ganancias o financian sus actividades subversivas
El tema ha sido tocado por publicaciones como Vanity Fair al seguir la historia del robo del cuadro Olympia, de Rene´ Magritte y las aristas del caso que la policía belga desatendió. El saqueo de arte es histórico. Así hicieron sus colecciones museos tan importantes como el Louvre, que era el depósito de Napoleón para los tesoros expoliados durante sus invasiones.
En México, apenas al inicio de este año nos enteramos del robo de nueve piezas de cinco importantes artistas en una galería en Polanco, en la Ciudad de México. Se trata de obras de Leonora Carrington, Javier Marín, Jazzamoart, Chucho Reyes y Jorge Marín de las que hasta ahora, al menos públicamente, no se conoce su paradero.
De 1990 a 2020, México reportó a Interpol el robo de 325 piezas entre las que se enlistan dos obras de Pablo Picasso, tres de Diego Rivera y una de David Alfaro Siqueiros cuyo valor es tan alto como incalculable.
Otro nicho muy explotado por los traficantes es el arte prehispánico en que también hemos tenido pérdidas mucho más que irreparables. Es un tema que nos corresponde a todos. Ante la falta de recursos públicos para proteger ese patrimonio, el papel de los coleccionistas privados con amor por México puede ser más y más un motor de conservación y difusión adecuada.
Más aún, la mayor parte de los robos suceden en el arte sacro. En ese inventario figuran 226 piezas, la mayoría hurtadas de museos y edificios religiosos en Tlaxcala, Puebla, Estado de México e Hidalgo. Nada más de este tipo de arte, un cálculo mesurado dice que su comercio ilícito equivale a 20 millones de dólares mensuales en América Latina.
Todavía más, las cifras de Interpol se quedan tan cortas que solo en Puebla la Secretaría de Cultura registró al iniciar su actual administración 5,981 piezas faltantes en los museos del estado y el hallazgo de otras 32,473 que ni siquiera estaban integradas a los inventarios oficiales. Poniendo el dedo en la llaga, el secretario de Cultura de la entidad, Sergio de la Luz Vergara, me dijo recientemente que en una revisión museo por museo se encontraron incluso piezas apócrifas en exhibición, supliendo a las robadas, lo que también es una muestra clara de la complicidad de funcionarios y trabajadores con la delincuencia.
Recientemente, el gobierno federal anunció que enfocará esfuerzos en detener sobre todo el robo de arte prehispánico y en recuperar lo hurtado mediante un equipo de élite especializado en ello dentro de la Guardia Nacional, como lo hace en Italia una división especial de los Carabinieri.
El trabajo debe incluir mecanismos de inteligencia para rastrear a esas mafias tan poderosas, sus rutas y modos de operación, pasando por toda la estructura de instancias coludidas. Detener el robo y tráfico de nuestro patrimonio cultural es mandatorio. Históricamente, el saqueo nos ha dejado sin piezas tan importantes como el Penacho de Moctezuma o el Nican Mopohua que es el manuscrito con el primer registro conocido sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe.
Hay que echar mano de todas las herramientas para preservar nuestra identidad. Nuestro origen se expresa en nuestro patrimonio artístico.
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